domingo, 20 de noviembre de 2016

Sunset for Eneko




Sunset for Eneko...

Desde el sábado por la mañana que no he derramado una lágrima... sí, lloré por ti y por mí, supongo.  Como un berrinche de niño pequeño, muy intenso, pero pasajero...  Lloré por la tristeza que deja tu ausencia, donde había risas, muchas risas, ahora sólo queda vacío. Un vacío casi indoloro, porque es irreal, aún no asumido... al no tenerte cerca, Iñigo, me parece como que puedes estar todavía en casa, jugando a calmar a Gurp, acariciándole la cabeza y el lomo, una y otra vez y susurrándole que baje el ritmo mientras él te mira atento.  Todo muy zen, mientras los tres reímos sin parar, en el sofá.  O tal vez sacándole a pasear por esas praderas tan verdes, mientras el 'calabobos' (como lo llamabas), sigue arreciendo, llenando de vida todo lo que toca y nosotros charlamos bajo el paraguas. Sori descansa en el sofá, esperando nuestro regreso.  Y me cuentas un montón de historias, sobre la casa, sobre tu vida de estos últimos años; hay que recuperar mucho tiempo, no perdido, porque ha sido vivido, y ese ya no vuelve... pero estás tan lleno de vida y de planes que no me canso de escucharte.  ¿Cómo fue que estuvimos todos estos años sin saber apenas el uno del otro? Tú te acuerdas, yo lo había olvidado, de tan irrelevante y tonto el por qué...  Importa que estamos aquí y ahora, bajo la lluvia, en esta noche espléndida de Sondika, viva y vibrante, en este fin de semana especial... tanto que ni me culpabilizo por haber estado todo este tiempo separados.  Estoy casi por entero sábado y domingo viviendo en el presente, tranquilo, riéndome, feliz de estar con mis amigos.  Apenas todos los que importan reunidos en un mismo espaciotiempo.   Y te imagino de nuevo, recuperándote en Leciñana, con el cariño de Kike y de Manu y sus ricos pucheros, para cuando puedas volver a disfrutarlos.  Viendo quizá llover afuera, o contemplando la niebla que rodea las montañas inmediatas, como en aquella sobremesa de sábado... Escuchando el piano de media cola que suena tan hermoso (o más) que uno de cola entera.  Sintiendo el calor de la chimenea en tus pies fríos a pesar de la manta, y soñando con las playas de Canarias por las que volveremos a pasear; el sol inundándolo todo de luz y de vida, tanto azul, tanta tierra, tanto viento... Y cenas y sobremesas en la Francesa con Ito, y los perris y Lur, y pocos pero muy buenos amigos; aún así tantos que dan para llenar la mesa del porche, todos brindando por tener muchos momentos como ése, juntos, felices, infinitos ...  Y te imagino de nuevo viniendo a la capital, para ver no sé qué cerramientos de tal o cual empresa con el marido de Isabel.  Y visitando a Arturo en su casita de Lavapiés.  Nos encontraremos en algún bar o café que, de tan cercano, aún no conocía; en ese barrio o en alguno contiguo.  Madrid tiene muchas ciudades dentro de la misma ciudad, muchas historias dentro de otras.  Y puede que descubramos algún restaurante en un mercado al que nunca se me había ocurrido entrar antes.  Y sigo preguntándome, cómo pude estar todos estos años sin escuchar tus historias, sin reírme tanto y tan seguido... Cuánta vida Iñigo, cuánta vida... te fuiste casi como si partieras de vacaciones, esperando a tus amigos para cenar y salir al día siguiente.  La maleta hecha, la reunión disfrutada entre risas, seguro.  Sin miedo, sin prisa, sin llanto.  Te dormiste, y ahí te despedimos... ¡Buen viaje y hasta pronto amigo!


martes, 5 de julio de 2016

Promise (Tracy Chapman)


No hay más verdad
que lo que sentimos,
ni más camino 
que el construimos

The Carnival Is Over... (Ariel Capone)

Los personajes secundarios vivimos en los márgenes de las cosas.
Caminamos siempre al fondo, en esa masa que llena con aire distraído las fotos antiguas de las ciudades, a veces esparcidos, a veces en tumulto.
Somos los personajes que se nombran en los libros de manera plural y genérica, los violines y los bajos de una sinfonía.  Nuestra vida no tendría sentido por sí misma, si no fuese al servicio de un personaje protagonista.  Algunos secundarios no lo quieren asumir, y miran hacia la cámara de fotos aunque estén a varios metros y sea imposible distinguir sus facciones, o desafinan en la orquesta para que se repare en ellos. Suelen sufrir.

Pero también estamos los que aceptamos nuestra naturaleza de una forma clara y rotunda.
Los personajes secundarios dormimos en el suelo, nos encantan los rincones.  Esperamos.  Vemos pasar la gente por el balcón, hablamos a las flores que no nos escuchan, codiciamos nuestros pequeños momentos.  A veces pensamos en ella y todo se llena de sentido.  Desde hace tiempo todos sabemos que el mundo existe sólo por ella.
Recuerdo el primer día de mi vida, el día en que la vi por primera vez.  Sentada en un rincón de la iglesia, leyendo a la gente en las manos, inventándose profecías que nunca se llegaban a cumplir.  Se había arremolinado el vestido de novia hasta debajo de los pechos para poderse sentar, y parecía una tarta de cumpleaños entre tanto lazo y tanto rosa y blanco.  Se reía, ajena a lo que pasaba en su entorno y era, una vez más, protagonista absoluta de nuestras vidas.  Mirándola balancearse como una peonza boba entre carcajadas, poco importaba si habíamos tenido una vida o habíamos amado antes, si nos quedaba alguna ilusión o si nuestro mundo dejaría de existir fuera de ella.

Los personajes secundarios vivimos también en los sueños de los demás, dando vida a seres que casi nunca se recordarán.  Nos da miedo la lluvia, porque no nos recuerda a nada.

Aquella mañana de julio, la de su boda, había amanecido azul, pero a eso del mediodía, cuando ya era evidente que el novio la había dejado plantada, fue como si un enorme tintero se volcase sobre el cielo.  Formamos corro a su alrededor, porque ya sabíamos lo que pasaba cada vez que empezaba a llover, pero aquello no la detuvo.  De dos zarpazos se libró de los hombres que la sujetaban y echó a correr colina arriba.  Detrás, una fila interminable de abuelas jubilosas, primos, hermanas y gente del pueblo corría dando saltos de alegría con ella, ya sin nadie acordarse de aquél que nunca sería su marido.  Hubo que transportar los paquetes de sándwiches y las mesas, las botellas de cava, los vasos de plástico.
Ahí recuerdo haberme fijado de verdad por primera vez en ella, arrancando con las dos manos trozos de su vestido de novia, riéndose, arrojándolos al aire,..  Vi que era fea, gorda y monumental, de brazos rechonchos y voz chillona.  Tan grande y tan fea que daba sentido a ése y a todos los momentos de nuestras vidas.  Entonces, se acercó hasta mí en la mitad del jolgorio.  Pocas veces me había dirigido la palabra.  Se acercó empapada por la lluvia y me dijo:  "El mundo se acabará el día que cuentes mi historia",  y siguió chapoteando en el barro, sin dejar de mirarme.
Desde entonces la he visto crecer y hacerse cada vez más vieja, cada vez más fea.  Nunca creí en lo que me dijo, al fin y al cabo, quién era ella para saber cuándo acabaría el mundo.
Los años pasan lentos para los personajes secundarios.  El tiempo a veces se dobla sobre sí mismo y se siente de sal en la garganta.  Nuestros padres nos dicen que nos quieren, nosotros decimos a nuestros hijos que los queremos, así nos han enseñado que funcionan las cosas.  Nuestros padres forman parte del tumulto de las lápidas de atrás del cementerio.  Nuestros hijos quieren ser como nosotros.
Pasé los dos últimos años de su vida con ella.  Aprendí a vencer la envidia que desde el primer día me supuso su absoluta presencia y sus malos modales.  La llevé a mi casa cuando, a pesar de todo, nadie quiso hacerse cargo de ella.  No era ya más que una vieja, sin dientes y sin memoria, que se pasaba el día tirándose pedos y comiéndose los mocos.  Se mecía al lado de la ventana, esperaba con impaciencia la lluvia para echarse a correr colina arriba, ante el alboroto de los niños que se le colgaban al cuello como guirnaldas, mientras destrozaba su vestido para sentir la lluvia como si fuese la primera vez.
Esta mañana han pasado por el camino los monstruos del circo se que se alejan del pueblo.  Ella llevaba varios meses sin reaccionar, pero al ver la hilera de gigantes y dragones, se ha unido a ella.  Como uno más.  La vi alejarse bailando y sin dejar de sonreír, como si por fin hubiese encontrado su lugar en el mundo.
Los truenos comenzaron a oírse como aquella primera vez mientras contemplábamos cómo se iba para siempre y el mundo dejaba de tener sentido.
Las flores estiran sus frágiles cuellos, intentan encontrar un significado a su color ahora que todo ha pasado.
Alguien llama desde lo alto de la colina.
"Se ha acabado el carnaval"