Sunset for Eneko...
Desde el sábado por la mañana que no he derramado una lágrima... sí, lloré por ti y por mí, supongo. Como un berrinche de niño pequeño, muy intenso, pero pasajero... Lloré por la tristeza que deja tu ausencia, donde había risas, muchas risas, ahora sólo queda vacío. Un vacío casi indoloro, porque es irreal, aún no asumido... al no tenerte cerca, Iñigo, me parece como que puedes estar todavía en casa, jugando a calmar a Gurp, acariciándole la cabeza y el lomo, una y otra vez y susurrándole que baje el ritmo mientras él te mira atento. Todo muy zen, mientras los tres reímos sin parar, en el sofá. O tal vez sacándole a pasear por esas praderas tan verdes, mientras el 'calabobos' (como lo llamabas), sigue arreciendo, llenando de vida todo lo que toca y nosotros charlamos bajo el paraguas. Sori descansa en el sofá, esperando nuestro regreso. Y me cuentas un montón de historias, sobre la casa, sobre tu vida de estos últimos años; hay que recuperar mucho tiempo, no perdido, porque ha sido vivido, y ese ya no vuelve... pero estás tan lleno de vida y de planes que no me canso de escucharte. ¿Cómo fue que estuvimos todos estos años sin saber apenas el uno del otro? Tú te acuerdas, yo lo había olvidado, de tan irrelevante y tonto el por qué... Importa que estamos aquí y ahora, bajo la lluvia, en esta noche espléndida de Sondika, viva y vibrante, en este fin de semana especial... tanto que ni me culpabilizo por haber estado todo este tiempo separados. Estoy casi por entero sábado y domingo viviendo en el presente, tranquilo, riéndome, feliz de estar con mis amigos. Apenas todos los que importan reunidos en un mismo espaciotiempo. Y te imagino de nuevo, recuperándote en Leciñana, con el cariño de Kike y de Manu y sus ricos pucheros, para cuando puedas volver a disfrutarlos. Viendo quizá llover afuera, o contemplando la niebla que rodea las montañas inmediatas, como en aquella sobremesa de sábado... Escuchando el piano de media cola que suena tan hermoso (o más) que uno de cola entera. Sintiendo el calor de la chimenea en tus pies fríos a pesar de la manta, y soñando con las playas de Canarias por las que volveremos a pasear; el sol inundándolo todo de luz y de vida, tanto azul, tanta tierra, tanto viento... Y cenas y sobremesas en la Francesa con Ito, y los perris y Lur, y pocos pero muy buenos amigos; aún así tantos que dan para llenar la mesa del porche, todos brindando por tener muchos momentos como ése, juntos, felices, infinitos ... Y te imagino de nuevo viniendo a la capital, para ver no sé qué cerramientos de tal o cual empresa con el marido de Isabel. Y visitando a Arturo en su casita de Lavapiés. Nos encontraremos en algún bar o café que, de tan cercano, aún no conocía; en ese barrio o en alguno contiguo. Madrid tiene muchas ciudades dentro de la misma ciudad, muchas historias dentro de otras. Y puede que descubramos algún restaurante en un mercado al que nunca se me había ocurrido entrar antes. Y sigo preguntándome, cómo pude estar todos estos años sin escuchar tus historias, sin reírme tanto y tan seguido... Cuánta vida Iñigo, cuánta vida... te fuiste casi como si partieras de vacaciones, esperando a tus amigos para cenar y salir al día siguiente. La maleta hecha, la reunión disfrutada entre risas, seguro. Sin miedo, sin prisa, sin llanto. Te dormiste, y ahí te despedimos... ¡Buen viaje y hasta pronto amigo!